las problemáticas del proyecto
El desafío
Unos datos alarmantes
El planeta está inmerso en una crisis global sin precedentes, caracterizada por la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la creciente contaminación. Estos fenómenos no solo están interrelacionados, sino que se retroalimentan, agravando aún más la situación. Si bien la urgencia de estos problemas es evidente, también lo es la necesidad de soluciones integradas y coordinadas. En este contexto, los sistemas alimentarios emergen como actores clave para hacer frente a esta crisis.
Uno de los factores más críticos en este escenario es el desperdicio de alimentos. Los alimentos que se producen pero no se consumen generan entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Además, ejercen una enorme presión sobre los recursos naturales como el agua y la tierra, y contribuyen significativamente a la contaminación.
Reducir este desperdicio es una prioridad global, reflejada en la Meta 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, que busca reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita para 2030. Alcanzar este objetivo no solo contribuiría en la mitigación del cambio climático, sino que también impactaría positivamente en la erradicación de la pobreza, la eliminación del hambre y la mejora de la seguridad alimentaria, así como la lucha contra el cambio climático y otros ODS clave.
de frutas y verduras producidas nunca llegan a ser consumidas
del desperdicio global proviene de los hogares
de la tierra agrícola se utiliza para producir alimentos que se desperdician
En la Unión Europea, el desperdicio de alimentos ha alcanzado niveles alarmantes: 59 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año, lo que equivale a unos 131 kg por persona. Sorprendentemente, más de la mitad proviene de los hogares, donde cada persona genera un promedio de 70 kg de desperdicio anual. El impacto no es solo ambiental, sino también económico: este desperdicio tiene un valor de mercado estimado en 132 mil millones de euros, mientras que millones de personas en la región no tienen acceso a una comida nutritiva.
Los factores detrás de este desperdicio en los hogares son diversos. Desde una mala planificación en las compras hasta un almacenamiento inadecuado, pasando por las porciones excesivas o la falta de aprovechamiento de las sobras. Estas dinámicas cotidianas, sumadas a factores contextuales como el tamaño de los envases y las estrategias de marketing, contribuyen al problema. En el ámbito de la restauración, elementos como el diseño de los menús, las porciones y la apariencia de los alimentos también juegan un papel crucial en la generación de residuos.
Afortunadamente, se está avanzando. La investigación académica ha intensificado su enfoque en estrategias para reducir este desperdicio, especialmente en lo que respecta al comportamiento del consumidor. Países como el Reino Unido y los Países Bajos lideran estas iniciativas, pero aún queda mucho por hacer, especialmente en otras regiones.
A nivel político, la Unión Europea está tomando medidas decisivas. Iniciativas como el Plan de Acción para la Economía Circular y la Estrategia de la Granja a la Mesa buscan reducir el desperdicio de alimentos en un 30% para 2030, a través de un marco normativo más estricto, campañas de concienciación y mejoras en el etiquetado de productos.
En línea con estos esfuerzos, la iniciativa SPRINT pretende colaborar con actores clave del sector alimentario para implementar estrategias basadas en evidencia que reduzcan el desperdicio en los consumidores, optimizando el desempeño económico, social y ambiental de toda la cadena de suministro. Herramientas tecnológicas y un rediseño de la arquitectura de elección son algunas de las medidas propuestas para influir positivamente en el comportamiento de los consumidores.
La lucha contra el desperdicio de alimentos no solo es una cuestión de responsabilidad ambiental, sino también una oportunidad para crear un sistema alimentario más sostenible, equitativo y resiliente.